El sitio web de la UCLM utiliza cookies propias y de terceros con fines técnicos y de análisis, pero no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios. Sin embargo, puede haber enlaces a sitios web de terceros, con políticas de cookies distintas a la de la UCLM, que usted podrá aceptar o no cuando acceda a ellos.

Puede obtener más información en la Política de cookies. Aceptar

“Lo he visto en YouTube”: ¿por qué tienen tanto éxito los discursos anticientíficos?

12/10/2023
Share:  logotipo Twitter

“Lo he visto en YouTube”: ¿por qué tienen tanto éxito los discursos anticientíficos?

12/10/2023

Minerva Campos Rabadán, Universidad de Castilla-La Mancha; Miguel Álvarez-Peralta, Universidad Rey Juan Carlos y Raúl Rojas-Andrés, Universidad Complutense de Madrid

Las ideas alejadas de la ciencia que los seres humanos empleamos para explicar el mundo no son algo nuevo. Sin embargo, en el siglo XXI hay una serie de ellas que parece haber proliferado. En los medios de comunicación y en nuestras conversaciones más cotidianas hemos naturalizado palabras como terraplanismo, antivacunas o negacionismo climático.

La cuestión es: ¿qué conecta estas ideas entre ellas? ¿De dónde surgen los discursos anticientíficos? ¿Qué los alimenta? ¿Qué relación tienen con los fenómenos en los que se apoyan? ¿Y con los consensos científicos en contra de los que muchas veces se posicionan?

En los párrafos siguientes presentamos algunas de las respuestas a las que hemos llegado en el marco del proyecto Las nuevas supersticiones. Marcos del discurso anticientífico y recomendaciones para una divulgación preventiva.

¿Qué es el pensamiento anticientífico?

El terraplanismo, los movimientos antivacunas (popularizados y llevados a la primera línea mediática en el contexto de la crisis global de la covid-19) y el negacionismo del cambio climático coinciden en tres puntos. Tres cuestiones que son también las que definen lo que denominamos “pensamiento pseudocientífico o anticientífico”:

  1. Son discursos que han aparecido o se han popularizado en los últimos años.

  2. Son discursos y creencias peligrosas o dañinas para la salud y la seguridad públicas.

  3. Están relacionadas con la ciencia.

Este último vínculo puede adquirir dos formas, aunque suelen ir de la mano. Puede ocurrir que nieguen consensos asumidos por expertos y comunidades científicas (la forma esférica de la Tierra, el calentamiento global), o pueden justificarse imitando los métodos de la ciencia, con datos y experimentos.

¿Qué anima estos discursos y su circulación masiva?

Hay algunas circunstancias que favorecen la circulación de estos discursos anticientíficos y la posición favorable de ciertas personas ante ellos, en gran medida relacionadas con los nuevos medios como YouTube.

La línea más sociológica y humanista apunta a la necesidad de los seres humanos de encontrar explicaciones para fenómenos aleatorios o inexplicables. Esto no es nada nuevo: los seres humanos siempre hemos tendido a buscar causas y justificación para accidentes e imprevistos en cualquier aspecto de nuestras vidas.

Existen otras circunstancias relacionadas con el acceso y consumo continuado de contenidos audiovisuales en redes sociales, donde prácticamente todo tiene cabida. A diferencia de las posibilidades que ofrecen otros medios, es muy sencillo bucear en la inmensidad de internet buscando discursos que avalen o justifiquen lo que no podemos explicar. También es más sencillo encontrarlos y, de esta manera, reforzarnos en nuestras intuiciones o sospechas de partida.

En este sentido, cumplen también un papel clave los algoritmos del entorno digital. El de YouTube, por ejemplo, refuerza la tendencia del propio usuario a buscar y consumir contenidos afines a sus intereses y creencias. Por un lado, nos recomienda contenidos que coinciden con las reproducciones y búsquedas que hemos hecho con anterioridad en YouTube. Por otro lado, basa sus recomendaciones en los contenidos más populares de la plataforma, que suelen ser también los más sensacionalistas.

¿Cómo nos afecta? ¿Por qué nos interesa?

El pensamiento anticientífico es algo que las personas asumen al margen de su inteligencia. Como decíamos al principio, es una herramienta para comprender el mundo complejo que habitamos. De alguna manera, juega el mismo papel que la magia o la fe, aunque sus temas sean otros y el elemento ritual haya quedado fuera de sus parámetros.

Por otro lado, el hecho de que aceptemos ideas pseudocientíficas o anticientíficas para justificar algo puntual no quiere decir que este pensamiento domine toda nuestra realidad. Por ejemplo, Steve Jobs decidió posponer la operación de su cáncer de páncreas y trató de curarse con terapias alternativas como la acupuntura o zumos de frutas, de acuerdo a las corrientes de pensamiento orientalista que seguía desde joven, lo que empeoró gravemente su situación. No obstante, nunca defendió que la Tierra fuera plana o que la llegada a la Luna fuera una farsa orquestada para engañar a la opinión pública. Por el contrario, una médica puede no tener ninguna confianza en las terapias sin base científica, pero creer que el gobierno nos fumiga para provocar sequía.

Sin embargo, cuando explicamos y entendemos algún fenómeno o hecho desde el pensamiento anticientífico hacemos que sea más probable, en lo sucesivo, explicar otros aspectos de nuestra realidad desde estos mismos parámetros.The Conversation

Minerva Campos Rabadán, Profesora de Comunicación Audiovisual, Universidad de Castilla-La Mancha; Miguel Álvarez-Peralta, Profesor de la Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Rey Juan Carlos y Raúl Rojas-Andrés, Investigador postdoctoral en comunicación política, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Volver