José Ángel Baños Saldaña, Universidad de Castilla-La Mancha y Guillermo Sánchez Ungidos, Universidad de Castilla-La Mancha
Hace unos días nuestro amigo Mike nos comentó: “Me vi el primer capítulo en Amazon y lo quité”. Hizo una pausa breve, casi teatral, antes de insistir: “No me representa. No me representa a mí”. Y luego, con una sonrisa resignada, añadió: “A la gente joven a lo mejor sí”.
Hablaba de Operación Triunfo 2025, que parece diseñado para “jóvenes con rentabilidad”. Así lo señala su publicidad: desde la primera gala se habla de la adquisición de capital para “invertir” a través del banco online que lo patrocina, el mismo que ha planificado un sorteo de entradas por TikTok para la gala final.
Este programa musical de telerrealidad apunta a un sector de la generación Z que compara precios en Idealo, previene los signos de la edad con La Roche-Posay o CeraVe, se refresca con Cacaolat o Nestea y juega con piezas de Lego. Dicho en otros términos, su público objetivo son los jóvenes con cierta capacidad adquisitiva.
El nuevo formato ha planificado un cambio de paradigma en la relación entre televisión, música y cultura popular y la productora Gestmusic ha canalizado su difusión en torno a una nueva edad.
Chenoa, presentadora del formato, y el jurado de esta edición de 2025. De izquierda a derecha, Guille Milkyway, Cris Regatero, Abraham Mateo y Leire Martínez.
Amazon MGM Studios
The show must go on
Cuando Operación Triunfo irrumpió en 2001, lo hizo como un acontecimiento televisivo. Era una fábrica de sueños que convertía a jóvenes anónimos, casi sin formación, en iconos de masas. Su éxito no radicaba solo en la música, sino en la construcción de una narrativa aspiracional que mezclaba mérito, emoción y espectáculo.
Tras su reaparición en 2017, el formato encontró una segunda vida en la era digital. Y desde su emisión en Amazon Prime, el programa se ha reconvertido en un espejo de la (nueva) industria musical.
El espectáculo ya no ocurre solo en una gala de tres horas, sino en un flujo continuo de clips, directos, comentarios y reacciones. OT2025 no se ve, se navega. Se consume entre notificaciones mientras permanece la fascinación por ver nacer al artista “adolescente”, por asistir al proceso en el que el anonimato se convierte en figura pública.
Operación Triunfo comienza mucho antes de que los concursantes entren el escenario. El proceso de selección combina estrategias tradicionales y digitales. Por un lado, se realizan castings presenciales en varias ciudades de España; por otro, se impulsa la participación a través de redes sociales con iniciativas como el #OTCover, que permite a los aspirantes mostrar su talento en TikTok e Instagram.
Ya en la Academia, se les instruye según la lógica de la industria musical: ensayos, trabajo en equipo, presión mediática y exposición constante.
Más que un concurso, OT2025 es un síntoma cultural. Se trata de una versión acentuada de la sociedad musical del espectáculo: una maquinaria afectiva en la que lo visible produce verdad y multiplica los comentarios en redes.
La vocación transmedia del regreso de OT como proyecto televisivo ya ha conquistado a los jóvenes. A partir de esta edición, se constata la voluntad manifiesta de fidelizar clientes en ese sector. Esos son los jóvenes que van “un pasito por delante”, como dice el anuncio del banco.
El talento como performance
En OT2025 la noción de talento se expande más allá de la técnica vocal o la interpretación. Lo que se busca –y se recompensa– es la capacidad de emocionar, de conectar y de narrarse. El concursante interpreta su identidad, ensaya su autenticidad y construye una marca personal en tiempo real para integrarse en una industria. Esta detentará gran parte de sus derechos de imagen, autor y explotación comercial.
La perfomance se basa en el ideal contemporáneo de la autenticidad emocional. Guille Toledano, uno de los concursantes, lo intuye, e insiste en validar su capacidad como intérprete de canciones pero no como compositor. Mostrar la vulnerabilidad y la virtud, compartir el proceso, llorar frente a cámara o abrirse ante el público se convierten en partes esenciales de la narrativa.
El espectáculo ya no consiste en la perfección, sino en la emoción visible. Cada gesto, cada palabra y cada interpretación forman parte de una coreografía colectiva que combina espontaneidad y cálculo. Aprender a sentir ante la cámara es tan importante como saber cantar.
Algoritmos, plataformas y la nueva industria musical
La principal diferencia entre OT2025 y sus predecesores reside en la infraestructura. La industria musical se ha desplazado hacia un modelo donde las plataformas, además de patrocinar el formato, actúan como amplificadores del gusto (y del negocio). En su segundo año de existencia, la “Tienda OT” se consolida para conectar con la juventud. Su merchandising quiere que le guste vestir como los concursantes, hablar como ellos y llevar totebags con sus frases.
El programa asume esta lógica de manera explícita. Las canciones se graban y se publican en streaming. Estas van acompañadas de estrategias de marketing que organizan, desde la plataforma Amazon, un perfecto entramado de cómo funciona la cultura.
Las métricas de escucha, los picos de viralidad y las menciones en redes sociales se incorporan como parte de los criterios de éxito y de juventud. A más interacción, mayor identificación con su público. Por eso, los aspirantes a “triunfitos” disfrutan en la Academia de treinta minutos de consumo de TikTok a la semana, en pantalla grande, y mientras aprenden protocolo. Necesitan incorporar su imagen al que es hoy el gran escaparate del espectáculo y saber gestionarlo.
Todos los concursantes de esta nueva edición de OT.
Amazon MGM Studios
En este contexto, OT2025 ilustra un nuevo tipo de industria musical participativa. Ya no basta con “gustar” al jurado o al público: hay que ser relevante dentro del flujo de datos. El artista debe aprender a dialogar con algoritmos y audiencias simultáneamente, optimizando su presencia en el ecosistema digital.
Esto pone sobre la mesa la aceleración de los tiempos de producción, la homogeneización estética y la fragilidad emocional derivada de la exposición constante. El programa es un espejo de las contradicciones de la cultura digital: celebra la creatividad, pero dentro de los márgenes del mercado y la atención.
OT2025 como laboratorio de la industria musical
Más allá del espectáculo, OT2025 puede entenderse como un espacio donde se ensayan nuevas formas de creación, representación y consumo en la era digital.
Su valor no reside solo en los artistas que lanza, sino en los discursos que genera sobre la identidad, la autenticidad, el éxito y el trabajo creativo. Deja tras de sí un repertorio de canciones, debates y símbolos que alimentan la memoria joven y colectiva.
El programa pone de relieve las nuevas condiciones del trabajo artístico: la autoexplotación emocional, la hiperconectividad, la dependencia de las plataformas. Pero también abre oportunidades inéditas para la autonomía y la autogestión. Los concursantes ya no esperan ser “descubiertos” por una discográfica; son ellos quienes aprenden a convertirse en su propia industria. Porque ¿de verdad importa el ganador?
OT2025 no solo lo ganará un concursante, sino también los patrocinadores y la industria musical. El formato condensa las tensiones centrales de la cultura contemporánea: autenticidad y artificio, emoción y cálculo, arte y mercado. Su verdadera relevancia no radica en quién gana, sino en cómo revela las transformaciones estructurales de la música popular y de la producción cultural en la era del espectáculo permanente.
José Ángel Baños Saldaña, Profesor de Literatura Española, Universidad de Castilla-La Mancha y Guillermo Sánchez Ungidos, Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.