Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
¡Feliz Navidad! Todo es armonía y buenas intenciones. Como debería ser en cualquier momento. Pero la Navidad no es lo que era.
La industria del márketing utiliza cualquier pretexto para moldear los comportamientos. ¿Cómo no servirse de la Navidad?
Ya sea en canciones de espíritu navideño, en spots o en películas denominadas feel good (ideales para ver en familia), se nos relata el cuento del optimista feliz.
Lejos queda la definición satírica del escritor Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo:
Navidad: día distinguido y consagrado a la glotonería, las borracheras, el sentimentalismo, la recepción de regalos, el aburrimiento público y la vida doméstica.
Y quedan también lejos esos maravillosos cuentos de Navidad de Charles Dickens, Hans Christian Andersen o la inolvidable película navideña de Frank Capra ¡Qué bello es vivir!
Optimismo exacerbado
En primer lugar, la Navidad encarna hoy una especie de optimismo exacerbado y banal. Es algo que tiene su expresión, por ejemplo, en la corriente cultural de autoayuda. Si usted siente tristeza, es solo porque no ha sabido ver su mundo desde el punto de vista adecuado.
Decía Hans Christian Andersen que “la vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas”. Pero no nos apasiona nuestra vida. Usted tiene que ser optimista según los principios de la psicología positiva: ¡Piensa positivo: confía en ti y conseguirás todo lo que te propongas! ¿Con eso basta?
Se trata de un capitalismo de las emociones: el éxito individual da la felicidad. Y el éxito se mide en poder adquisitivo y ostentación. Para ello tendremos que moldear nuestra forma de ser y ajustarnos al optimalismo.
¿No es esto amor enfermizo a sí mismo? ¿No es codicia y deseo de suscitar envidia? ¿No es felicidad de escaparate? ¿Felicidad de rebajas? ¿No es confianza ciega en una vana ilusión?
Qué diferente a la felicidad compartida de George Bailey, el protagonista de ¡Qué bello es vivir!, y sus peripecias, con sus momentos de vacío y oscuridad, que contrastan con las grandes alegrías compartidas.
La única felicidad posible se vive en el sincero encuentro con los demás, incluso en momentos en que la alegría nace de escuchar las penas. Y escuchar es comenzar a remediar.
Pero estamos obligados a una sonrisa permanente, aunque nos sintamos devastados en nuestro interior. Hemos de asemejarnos a un emoticono sonriente.
Se vende felicidad
Es lo que se llama “industria de la felicidad” o Happycracia. No hay villanos como en los cuentos de Navidad, ni tampoco intención subversiva. El buen cuento de Navidad nos despierta. El cuento del optimista feliz nos adormece.
Debemos aceptar como un hecho contra el que nada podemos hacer las situaciones que padecemos. No cabe reaccionar contra el egoísmo del prestamista Scrooge de Canción de navidad de Dickens. U oponerse al avaro y mezquino Sr. Potter de ¡Qué bello es vivir!
La Navidad mercantilizada recubre de cosmética estas realidades. Es como vivir en Matrix. ¿Qué cuento navideño nos muestra a los Potter de hoy en día?
Usted es el problema
Usted ha de parecer feliz y afrontar todos los reveses de la vida con una sonrisa positiva. Es el camino y el signo de una vida exitosa. ¿Y si se muere de frío, como la pequeña vendedora de cerillas del cuento de Andersen? Que sea una muerte silenciosa y discreta, ante la cruel indiferencia de los demás.
El optimismo navideño silencia los problemas sociales y culpa a los individuos de sus situaciones. Sin embargo, el poeta José Martí nos decía: “La miseria no es una desgracia personal, es un delito público”.
¿Nos vende la Navidad solidaridad, familia, amistad? Se utiliza el pretexto de la recuperación de esos valores sociales desintegrados. Durante este periodo de buenos propósitos, tendremos que abrir un paréntesis a nuestra incomunicación habitual.
Así recobraremos por unos instantes los vínculos afectivos que disuelve, por ejemplo, el aislamiento en nuestros smartphones. ¿Por qué no desenterrar esos lazos afectivos todo el año?
Los valores comerciales de la Navidad enmascaran lo que es norma en nuestra sociedad neoliberalista. Lo frecuente es la desigualdad creciente, la precariedad y la competitividad cada vez más agresiva.
Vea usted este cuento navideño que es el corto La historia de siempre.
Al contrario, esas historias optimistas no nos inducen a desear un cambio fundamental en nuestras vidas. Son mensajes conformistas: todo está bien. Nada debe cambiar porque vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Pero, como nos enseñaba Voltaire, hay que rebelarse contra ese optimismo paralizador. Por ejemplo, a través de la crítica a relaciones humanas deterioradas, reflejadas en Plácido, de Luis García Berlanga.
Esperanza frente a optimismo
Contra esa felicidad de envoltorio publicitario habría que oponer la esperanza. De esa forma reconocemos las miserias del presente para transformarlas.
Sobre todo porque lo que nos hace verdaderamente infelices y desgraciados es quizás ese inalcanzable ideal de vida disneyficado. Es lo contrario a lo narrado en las verdaderas historias de Navidad.
Hay otros caminos para la conquista de la felicidad, como los señalados por el filósofo Bertrand Russell:
Evitar las pasiones egocéntricas y adquirir afectos e intereses que impidan que nuestros pensamientos giren perpetuamente en torno a nosotros mismos.
Por fortuna, siempre nos quedará la bella y genuina Navidad de Andersen, Dickens, Capra y John Lennon.
¡Feliz Navidad!
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.