Rosario Sabariegos Jareño, Universidad de Castilla-La Mancha y Antonio Mas López, Universidad de Castilla-La Mancha
Los virólogos somos gente rara, muy rara. Aunque estemos de vacaciones consultamos las redes sociales para ver qué hay de “lo nuestro”. Esa fue la razón de que se nos atragantara el roscón la noche del 5 de enero. “Parece que tenemos un nuevo virus en China”, dijimos.
Durante la celebración del cambio de año occidental, las agencias de sanidad chinas comunicaron la aparición de casos de neumonía atípica de origen desconocido en la ciudad de Wuhan. Estos se asociaron desde el principio a un mercado de abastos donde se comercia con animales vivos.
El 1 de enero se cerró este mercado de Wuhan. El 9 de enero ya se sabía que se trataba de un nuevo miembro de la familia de los coronavirus, y que era diferente al SARS y al MERS. Había 15 casos confirmados.
Al nombrar a una familia de virus se intenta dar algo de información sobre ella, ya sea su origen, forma o sintomatología. Por ejemplo, hay un virus que se llama “Sin Nombre Virus” porque en ese momento se estilaba poner el nombre de la ciudad donde se describiese por primera vez que, en ese caso, era un destino turístico de primer nivel. El microorganismo identificado a principios de 2020 en el brote de Wuhan (2019-nCoV) pertenece a la familia de coronavirus porque cuando se observan con el microscopio electrónico parece que tiene una corona.
Los antecedentes del SARS y MERS
Entre 2002 y 2004 hubo un gran número de casos de neumonía atípica que fueron finalmente asociados a un virus de origen animal que se denominó SARS, cuya tasa de mortalidad rondaba el 10 %. Se trataba de un virus que era capaz de infectar tanto a las civetas como al ser humano. Resultó muy contagioso y, en pocas semanas, viajó en aviones, barcos y trenes. Infectó a unas 8 000 personas en distintos países del mundo.
Esta rápida dispersión de algunas enfermedades infecciosas es un efecto colateral negativo de la globalización. También los hay positivos, como la colaboración científica en momentos de crisis como esta.
En septiembre de 2012 apareció un nuevo coronavirus en Oriente Medio que causaba una enfermedad a la que se denominó MERS (del inglés, síndrome respiratorio de Oriente Medio). Se trataba de una enfermedad respiratoria grave que afectaba, en el 80 % de los casos, a personas debilitadas por otras patologías. En este caso, el virus se encontró también en camellos.
La vía de infección fue, probablemente, la ingesta de leche cruda de camellos y dromedarios recién ordeñada (motivo de más para no consumir leche cruda, venga de donde venga).
Tal y como dijo Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero, algunas enfermedades infecciosas han sido el “regalo mortal” del ganado. La mayoría de los agentes infecciosos mortíferos para el ser humano han evolucionado a partir de otros que infectaban animales. Es el caso de la viruela, la gripe, la tuberculosis, la malaria, la peste, el sarampión, el cólera y el VIH.
Los animales son nuestra caja de Pandora.
La mejor prevención, la higiene
Los coronavirus causan infecciones respiratorias. Los agentes patógenos que causan este tipo de infecciones rizan el rizo para entrar en su hospedador. Son capaces de modificar el comportamiento de un ser tan complejo como el humano para lograr este fin. Cuando una persona tiene una infección respiratoria tose y estornuda; en las gotitas de saliva aerotransportadas van los virus, a la búsqueda de un hogar cálido que les acoja.
Lo que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad no son los antibióticos, es la higiene. No lo olviden. Ante infecciones respiratorias hay que taparse boca y nariz con el antebrazo (no con la mano) durante los estornudos y toses para evitar la dispersión de los gérmenes.
Hay que lavarse las manos frecuentemente, porque si nos las llevamos a la boca cuando están contaminadas la probabilidad de infectarnos aumenta. Si tenemos que ir a un sitio en el que hay una infección respiratoria debemos usar mascarilla. Con más razón la utilizaremos si estamos ya infectados.
Estas son las medidas básicas para prevenir cualquier infección respiratoria. La originada en Wuhan también.
Qué sabemos sobre el nuevo coronavirus
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reunió al comité de emergencias e hizo un comunicado el pasado 23 de enero en el que informa de algunos datos muy importantes:
El brote es de alto riesgo en China. Actualmente no lo es en el resto del mundo.
La OMS ha recibido notificación, al cierre de este artículo, de 584 infectados, incluidos 17 muertos. De estos casos, 575 se han producido en China, así como todas las muertes. Hasta ahora el virus tiene una tasa de mortalidad del 3 %.
Solo la cuarta parte de los infectados ha desarrollado síntomas graves.
Parece que hay transmisión persona a persona, pero esta no es muy intensa, ya que se limita a familiares cercanos y al personal sanitario.
Es mucho más lo que no se sabe de este virus. ¿De dónde proviene? ¿A qué velocidad se propaga?
Proezas científicas y arquitectónicas
Las autoridades chinas han logrado en muy poco tiempo identificar el agente causal de la enfermedad, y una empresa alemana ha desarrollado métodos diagnósticos.
Los científicos chinos han secuenciado un virus desconocido en pocos días y lo han puesto a disposición de la comunidad científica internacional. El hecho de que el virus sea desconocido dificulta la tarea de secuenciación como no pueden imaginar, por lo que la magnitud de esta proeza científica es difícil de explicar. ¿Cuántas personas? ¿Cuántas horas de trabajo puede haber tras estos datos imprescindibles? Han tardado unos días.
La siguiente proeza es arquitectónica y es más fácil de entender. Mientras escribimos estas líneas, en una enorme explanada de Wuhan trabajan innumerables excavadoras. El plan es levantar un hospital con mil camas en diez días para tratar allí a todos los enfermos. En el brote del SARS, 7 000 trabajadores levantaron una clínica para tratar a los enfermos en tan solo una semana.
Las autoridades chinas han cerrado a cal y canto la ciudad de Wuhan y otras doce de su alrededor. La medida afecta a 41 millones de personas. Es casi como si a nosotros nos hubieran cerrado las fronteras con Francia y Portugal y nos hubieran dejado aislados.
Al cierre de este artículo son 897 los casos diagnosticados y 26 los fallecidos; estos últimos todos en China.
La pesadilla que Albert Camus nos contaba en La Peste: una ciudad cerrada al mundo, familiares separados, angustia, miedo y muerte. Si algo nos enseñan las infecciones es que el mundo dista mucho de ser justo.
Este es el último virus en aparecer, pero habrá más. Muchos más. Así que, déjennos terminar como lo hizo Camus:
«El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa».
Rosario Sabariegos Jareño, Contratada Doctora Interina. Departamento de Ciencias Médicas. Área de Microbiología. Laboratorio de Virología Molecular., Universidad de Castilla-La Mancha y Antonio Mas López, Profesor Titular de Universidad, Departamento de Ciencias Médicas, Área de Microbiología, Laboratorio de Virología Molecular, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.