Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
En uno de sus bellísimos versos, Luis Eduardo Aute nos cantaba:
“Porque quiero que me digas, amor
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello…
dímelo…
Me va la vida en ello”.
Un poeta que huye de “fastos y oropeles”, que no vende vanas ilusiones ni quimeras, nos hizo entender que la vida no es sólo malestar y decepción. También es esperanza, valentía y, sobre todo, amor. Nos va la vida en ello.
El verbo más bello: amar
Aunque la vida sea un vértigo y no una carrera, siempre nos queda la esperanza del verbo más bello. Amar despeja el horizonte para que no todo sea naufragio y calamidad.
Aute nos hacía sentir el sabor amargo de nuestra existencia. Pero también el sabor más dulce de esta tragicomedia que es nuestra vida. No hay amor sin dolor, al igual que no hay inteligencia sin estupidez.
La vida es un laberinto
Vivimos en un mundo difícil de comprender. Quizás en estos días lo sentimos con mayor claridad. Pero siempre ha sido nuestra vida una especie de laberinto del Minotauro, a la espera del hilo de Ariadna que nos conduzca a la salida.
Y no es vida real la que prescinde de ese laberinto y toma atajos, o elige un camino ya trillado, sin sorpresas ni misterios. Porque la vida es arrojo, es valentía para enfrentarse a lo incierto y, como decía Aute, “jugar a la contradicción”.
“Vivir era una búsqueda y no una guarida”. Aunque en muchas ocasiones, tengamos uno de esos días en que, como cantaba Aute, mandaríamos todo a hacer puñetas.
“Que el mundo fue y es una porquería ya lo dijo Enrique Santos”. Pero el amor es lo que nos magnetiza y mantiene en las ilusiones de vivir. Es lo que nos orienta en un mundo caótico, lo que nos impulsa a estar siempre a la búsqueda, a pesar de estar perdidos y sin rumbo:
“Sólo por ti sigo aquí,
imán de mujer, imán de mujer…
me voy a perder
pero sin salir de ti”.
“Apurar cada grano de arena”
En su celebración de la vida, Aute quería “apurar cada grano de arena”. Entre el sueño y el engaño de esta breve comedia que es la vida, deseaba sentir en las venas el ruido de las brasas que incendian el frío morir cotidiano.
Fue el poeta que quiso vivir intensamente, disfrutar las bondades de esos “alimentos terrenales” de los que nos hablaba el escritor André Gide.
Quiso abrazar cada instante como si fuese el último, sin que tuviese que llegar ninguna pandemia bíblica para que nos diésemos cuenta de la brevedad de la vida.
Son esos abrazos, esos cuerpos que se fusionan los que representan el cielo en medio del infierno. Son esos abrazos los que nos arrancan los escalofríos y “congelan este vacío donde Caín hace de Abel”. Donde los opresores y los infames se disfrazan de bienhechores, hasta que no alcanzamos a distinguir quién es quién.
La poesía del amor que es crítica política
La poesía de Aute fue tanto una celebración del amor como una denuncia política. En sus poemas criticó las dictaduras y los sistemas económicos que moldean nuestra vida, como el capitalismo.
En realidad, ¿cómo puede no ser una exaltación del amor al mismo tiempo una crítica? Ensalzar el amor es también oponerse a todo aquello que intenta aniquilarlo.
Nos va la vida en ello. En amar con alevosía, como la canción, por mucho que duela. En comprender que la belleza ha de ser la única promesa de felicidad, y no esos combates sin trincheras donde gana el que más trepa. O el “tanto vendes, tanto vales”. ¿Qué clase de mundo es éste en el que “se hunde en el asfalto la belleza”?
“Mercaderes, traficantes,
más que náusea dan tristeza,
no rozaron ni un instante
la belleza…”
Es la belleza de los cuerpos que, cuando se buscan, “se hace la carne la utopía”. Y cuando esos dos cuerpos se encuentran, “se hace la carne, alegría”.
“Créeme, créeme, créeme…
aunque el amor sea un espejo
y la pasión, flor de un día”.
Porque a fin de cuentas, las únicas señales verdaderas de vida no las encontraremos en esos “fuegos fatuos que jamás tuvieron luz”. “La improcedente sinrazón de amar” es lo único que salva. El resto, el “disfrazarse de veleta” como decía la canción, es simplemente humo. Hay que mantenerse alerta ante las “señales de vida”.
“Te puedo decir,
Mi amor cenicida,
Que gracias a ti
Empiezo a sentir,
Muy dentro de mí,
Señales de vida”.
Acaso basta una mirada como señal, de esas miradas cuya única palabra es nada. Pero ese desamparo en el que vivimos, lo compartimos al mismo tiempo. Aute reconocía que la vida es un viaje siempre a la deriva, un “residuo de una absurda ceremonia”. Pero nos va la vida en esa mirada.
“Presiento que tras la noche…”
Finalmente, llegó la más larga noche para Luis Eduardo Aute. Como también llegó hace unos meses para otro de los grandes cantautores españoles, Patxi Andión. Presiento que tras la noche, “quiero que no me abandones, amor mío, al alba”.
Sirvan estas líneas como sincero agradecimiento a sus canciones, y a versos como los que nos hacen esperar con ilusión el alba:
“Miles de buitres callados
van extendiendo sus alas,
no te destroza, amor mío,
esta silenciosa danza,
maldito baile de muertos,
pólvora de la mañana.
Presiento que tras la noche…”
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.