Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha
Pues ya estaría. La jura del cargo de presidente y vicepresidenta, la revisión de las tropas, la solemne visita al Cementerio Nacional de Arlington y la llegada a la Casa Blanca para firmar las primeras órdenes ejecutivas abren la presidencia Biden & Harris para 2020-2024. Esto, y la conversión de la cuenta de Twitter @POTUS en la propia de Biden, sin rastro ya de su antecesor. El acto político también es un show, propio de la superbowl de la comunicación política.
La participación de Lady Gaga, Jennifer López, Garth Brooks y la joven poeta Amanda Gorman, así como el posterior espectáculo televisivo conducido por Tom Hanks con Eva Longoria y Kerry Washington, así lo atestiguan.
Más en serio, la jornada del 20-E es una referencia fundamental en la transición pacífica de las democracias liberales. Es un compendio de rituales y costumbres que sirven para normalizar el cambio de gobierno y naturalizar la unidad del país para el ciclo electoral.
La asistencia de los expresidentes forma parte de esta tradición de reconocimiento y respeto mutuo, por lo que la ausencia deliberada de Donald Trump es un error de cálculo. Resulta tan impropio que los líderes republicanos han decidido acompañar al presidente en la ceremonia religiosa y luego al acto principal, en vez de concurrir a la despedida de Trump en la base militar de Saint Andrews.
Trump, sin autoridad moral
El disparate del 6 de enero ha asustado al establishment republicano. Sin discurso de concesión de victoria y con la tibieza con la que despachó el asalto al Capitolio, el ya expresidente ha perdido autoridad moral.
De hecho, sale con el índice de popularidad más bajo de su mandato. Ahora contemplo su conversión en líder del trumpismo como movimiento social antes que como candidato para 2024. La despedida trumpista, “lo mejor está por llegar”, anticipa el futuro. En todo caso, es pronto aún. Veremos cómo sale parado del segundo impeachment y de la multitud de juicios que le esperan.
La diversidad de la América de hoy
El análisis de las 2.402 palabras del discurso del ya 46º presidente de los Estados Unidos puede interpretarse en tres ejes de acción política.
La elección de la rúbrica “Un país unido” envía un mensaje de reconciliación inspirado en el lema nacional (“e pluribus unum”), que puede libremente traducirse como la unidad que emerge de la fusión de muchos. Es lo que necesita la sociedad estadounidense para pasar página de los sucesos del 6 de enero y pensar un proyecto político sobre la base de los valores compartidos: la libertad individual, los derechos civiles, el liberalismo económico, la tierra de las oportunidades y el melting pot.
“Es un día de historia y esperanza, no de miedo”, ha insistido Joe Biden, que ha calificado su elección de “victoria de la causa de la democracia”.
La América diversa, la tolerancia y el final de la “guerra incivil que separa rojos de azules, rural de urbano, conservadores frente a liberales”. La propia pareja presidencial representa esa diversidad de la América de hoy. Biden y su mujer Jill son católicos y Kamala Harris, protestante de origen hindú, casada con Douglas Emhoff, un abogado judío. Las palabras de Jennifer López en español dan la bienvenida al uso del español por primera vez en una toma de posesión.
El llamamiento a la unidad nacional y la restauración se adapta a una realidad muy distinta de las ensoñaciones del supremacismo. Las repetidas menciones al problema del racismo y la desigualdad se concretarán en políticas y estímulos económicos en forma de transferencias de renta, ayudas locales o coberturas sanitarias.
Ahí se juega la década demócrata, que tendrá que pasar de la retórica kennediana a los presupuestos. La recuperación económica interna es la base de la reconciliación y el motor del comercio global. Es un área prioritaria.
La recuperación del prestigio internacional. Durante cuatro años, Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable a ojos de los europeos, según los datos publicados por European Council on Foreign Relations.
La arrogancia presidencial y la ausencia en las instituciones y acuerdos internacionales debilitan la posición de liderazgo y refuerza, en vaso comunicante, las opciones chinas y rusas. Es urgente recuperar el atlantismo como ejercicio de liderazgo multilateral, abierto a las democracias liberales y el libre comercio.
“El poder de nuestro ejemplo”
“El poder de nuestro ejemplo” y “faro para el mundo”, ha señalado Biden, consciente de la necesidad de establecer alianzas y comprometerse con los socios internacionales. El respeto de la comunidad internacional se ganará desde los primeros 17 decretos que dejará firmados de inmediato. No conviene caer en la nostalgia, pero de la pandemia al cambio climático, el liderazgo de Estados Unidos será determinante en las grandes causas de la agenda global.
Por último, una reflexión sobre la crisis de las democracias liberales. “Nos enfrentamos a un ataque a nuestra democracia y a la verdad, al virus de la furia, a la herida de la desigualdad, al racismo sistémico y la crisis climática”, ha sentenciado el presidente.
Biden ha repetido hasta en cinco ocasiones el valor y la función de la verdad en un mundo de mentirosos. La infección ha llegado al corazón de las instituciones democráticas y los procesos electorales. Es el momento de afrontar este desafío. Ojalá tenga suerte el tándem Biden & Harris. Lo necesitamos.
Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.