Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez, Universidad de Castilla-La Mancha
Redactado en forma de un diario íntimo, con un preciso registro de fechas y acontecimientos, Le Horla, de Guy de Maupassant, narra la historia de un hombre acaudalado que vive en una mansión al borde del Sena, cerca de París. La acción se desarrolla entre el 8 de mayo y el 10 de septiembre. En un principio, todo se refiere al gozo de la existencia, a la identidad, que será lo que acabe destruyendo al protagonista
Maupassant no elige la forma de un diario aleatoriamente: decide que es esta la mejor forma de tratar el tema de la presencia de un ser que se apodera del alma y la voluntad de un ser humano. Maupassant privilegia al narrador autodiegético, consiguiendo que al contar su propia historia sea el centro de atención, y que el héroe se convierta en víctima.
La historia nos zambulle rápidamente en unos fenómenos irracionales que desatan el miedo, la angustia y la desesperación del protagonista. El narrador se siente un día plácidamente feliz y al otro cansado y sin poder moverse. Algo se lo impide, lo horroriza, apoderándose de él. Una presencia invisible que le roba la energía, que se sienta sobre su pecho.
Ese algo, ese ser es al que nombra el Horla, ¿es una criatura secreta? ¿O se trata simplemente de la locura?
Un cuento fantástico
Le Horla fue publicado por primera vez en Le Gaulois en 1882, y el 26 de octubre de 1886, en el periódico Gil Blas. A esta primera versión le seguiría una segunda con una estructura, desarrollo y elaboración notoriamente más elaborados, la cual apareció el 17 de mayo de 1887.
La prensa aplaudió el texto como una obra de gran calidad. Maupassant consideró Le Horla como una de sus creaciones más preciadas y el tiempo se ha encargado de definirlo como uno de sus mejores cuentos y contribución esencial a la literatura fantástica.
El relato ofrece una visión inteligente del doble que amenaza la identidad, delineando pares de opuestos: presencia/ausencia, conocido/extraño, cordura/locura. La alucinación que sufre y vive el narrador, incapaz de reconocer al otro, a su otro yo, dentro de sí mismo, será lo que le costará la vida. Maupassant era consciente de que le sucedería, como confesó en varias ocasiones a sus amigos.
El doble invisible
El extraordinario talento de Maupassant, uno de los mejores autores del siglo XIX, lo llevó a escribir esta breve pero intensa y magistral narración. En ella relata la experiencia de un hombre que, tras la llegada de un barco procedente de Brasil, comienza a ser poseído por su doble invisible. Mientras la víctima se empequeñece y se vacía, el ser victimizador se fortalece. La historia se resuelve de una forma vaga, creando en el lector la duda de la que hablaba Todorov como definitoria de lo fantástico.
Lo fantástico en Maupassant proviene también de sus propias angustias, entre las que destaca el temor a la locura. En el París de la segunda mitad del siglo XIX eran muchos los poetas y escritores que se interesaban por los oscuros caminos de la mente y los plasmaban en sus expresiones artísticas.
Estas ideas en boga en la época de Maupassant también inluyen las que impulsaban la investigación científica acerca de la hipnosis o la telepatía, y de ahí que se puedan apreciar creencias relacionadas con Mesmer, Broca y Charcot.
El doble y la locura
Algo que debería ser visible y tangible se presenta fuera del campo de la percepción, afectando la conducta del narrador–protagonista, conduciéndolo a la locura. Lo siniestro está representado por el doble, der Doppelgänger.
El origen de esta figura de alteridad puede rastrearse en las sagas germano-escandinavas, tanto en la tradición pagana como en la cristiana. No obstante, en la modernidad lo veremos resurgir con nuevas; el doble es un monstruo, una figura siniestra que adquiere distintas formas: Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Frankenstein o el moderno Prometeo, o El retrato de Dorian Gray.
Lo fantástico es fruto del siglo XIX, una época fascinada con el progreso, obnubilada por el desarrollo industrial propugnada por el racionalismo. Al igual que el positivismo –ejemplificado por Auguste Comte– exaltaba su fe en la ciencia como medio para alcanzar el conocimiento, la literatura proporcionó una respuesta contraria: hay fenómenos imposibles de captar, hechos de difícil definición que obligan a reconsiderar el método científico.
La influencia de la psiquiatría
El escritor hace del cuento algo angustioso de leer (la obra de Maupassant siempre estuvo marcada por un pesimismo y un nihilismo existencial). La fusión de lo fantástico y la neurosis más obsesiva es producto del interés por los avances de la psiquiatría en la segunda mitad del siglo XIX: el inconsciente, la personalidad múltiple, el sonambulismo o la histeria, que desembocan en las tesis de Freud y Jung.
La psiquiatría abre nuevas posibilidades para superar el mundo racional, sumergirse en el lado oscuro de la mente (lo onírico, lo fantástico, lo monstruoso, lo abyecto) y sacar a la luz los miedos, los deseos reprimidos, las frustraciones, con una intención subversiva en relación al plácido y ordenado mundo burgués.
Maupassant empleó el terror para abrirnos la puerta hacia nuestra otra existencia, hacia la vida de ese doble que todos llevamos dentro, hacia nuestros propios fantasmas y demonios.
Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez, Profesor Acreditado Ayudante Doctor Departamento de Filología Moderna, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.