Montserrat Pulido Fuentes, Universidad de Castilla-La Mancha y Isaac Aranda-Reneo, Universidad de Castilla-La Mancha
Un día normal, de un mes normal, de un año aparentemente normal –el 2020– llegamos a casa y, contra todo pronóstico, la normalidad se esfumó de un plumazo. Las autoridades sanitarias declararon el estado de alarma y nos confinaron. En paralelo, la asistencia sanitaria cobró un papel protagonista hasta ese momento nunca visto en la política española, europea y mundial.
La declaración del confinamiento domiciliario evocó pandemias previas. Con la higiene de manos y el aislamiento como principales medidas de control, sentimos que viajábamos a la Edad Media. Llama la atención que estas medidas que hemos empleado en el siglo XXI se inventaran en el siglo XIV.
La vulnerabilidad del ser humano se ha hecho evidente en los más de dos años de pandemia de covid-19. Esta pandemia ha puesto sobre la mesa los riesgos a los que se enfrenta nuestro estado de bienestar.
El impacto de la pandemia en el sistema sanitario
Los profesionales de atención primaria cuidan de nosotros, están ahí permanentemente, observando y actuando cuando lo necesitamos. Son uno de los guardianes de la Salud Pública.
Observar y escuchar a estos profesionales puede ayudarnos a valorar la conmoción que esta pandemia ha provocado en nuestra sociedad. Por un lado, porque perciben de forma cotidiana y cercana el estado de salud de la población. Y por otro, porque lo están sufriendo en sus propias carnes. Esto es lo que nos llevó a analizar en profundidad el impacto de la pandemia en quienes se ocupan de la atención primaria mediante el proyecto PRIMACOVID.
Vocación sanitaria, un arma de doble filo
La profesión sanitaria en España ha estado estrechamente ligada a la vocación. La vocación es clave en cualquier institución, entre otras cosas porque conlleva una alta implicación de los trabajadores. De ahí que puede servir para impulsar actitudes resilientes, el sentimiento y conciencia del orgullo profesional, además de la capacidad de cohesión y solidaridad entre los equipos.
Sin embargo, no debemos olvidar que una alta implicación en situaciones de alta demanda de trabajo también es un arma de doble filo. Porque puede resultar en trabajadores quemados. Y no es para tomárselo a broma: la Organización Mundial de la Salud, acaba de incorporar el síndrome del trabajador quemado en la 11ª revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
El 68% de los profesionales de atención primaria que participaron en el estudio PRIMACOVID presentaron síndrome del trabajador quemado. Existen trabajos académicos que han demostrado que esta enfermedad aumenta la probabilidad de errores médicos y disminuye la seguridad del paciente.
De hecho, en el estudio PRIMACOVID el 64% de los participantes manifestaron ver modificada su capacidad asistencial de forma grave o muy grave. Además, el 62% señaló que la pandemia les había ocasionado problemas de salud, lo que podría dar lugar a bajas laborales o jubilaciones anticipadas.
La vocación que demuestran los profesionales sanitarios puede ayudar a conseguir los objetivos marcados por la organización. Pero también puede enmascarar y legitimar simbólicamente la tolerancia al sufrimiento laboral, que se acepta como parte del rol aprendido y adquirido. Aunque estas actitudes son cada vez más contestadas y cuestionadas, han sido muchas las voces de los entrevistados para el proyecto PRIMACOVID que han puesto de manifiesto las deficiencias estructurales en cuanto a condiciones y organización del trabajo. Eso nos lleva a preguntarnos si toda la sobrecarga sufrida por la atención primaria es responsabilidad de la pandemia. Y, sobre todo, qué podemos hacer para contenerla.
Por lo tanto, teniendo en cuenta el papel de los profesionales de la atención primaria y los efectos del síndrome del trabajador quemado debemos esperar un debilitamiento de este guardián. Esta debilidad está provocando problemas al conjunto del sistema sanitario tanto a corto como a largo plazo.
Nos movemos en el campo de las emociones
En los peores momentos de la pandemia, los centros de salud se asociaron a lugares contaminados. Quienes trabajaban en ellos debían extremar los cuidados para no llevar la infección a casa. Esta situación generó miedo, ansiedad, sentimiento de abandono y desprotección.
Los rituales de limpieza, las sesiones de psicología con compañeros y familias, junto con mudanzas vitales, llevó a los profesionales de atención primaria a subirse una montaña rusa de emociones. Estos trabajadores se han sentido vulnerables a ser contagiados, pero también a ser fuente de contagio para sus seres queridos. La situación supuso un gran esfuerzo emocional para proteger su entorno. Como resultado, la escasa atención a uno mismo. Ya lo dice un refrán: En casa de herrero, cuchillo de palo.
La “nueva” atención primaria
Los modos y formas en los que se organiza la atención sanitaria se están sometiendo a un “examen sorpresa”. Ante la llegada de nuevas pandemias, debemos preparar la atención primaria para que pueda responder a los nuevos retos que nos esperan, sin que los profesionales sanitarios paguen la factura.
Conviene no perder de vista qué efectos puede traer consigo la incorporación de nuevas herramientas o nuevos escenarios sobre los profesionales. Quizás nuevas formas de organización, en las que los trabajadores se sientan partícipes de la toma de decisiones, puedan contener los efectos negativos de los picos de trabajo.
Y, por supuesto, debemos evitar dejar fuera del sistema al paciente oculto, aquel que no demanda consulta hasta no llegar a una situación límite. Y si estas situaciones llegan, debemos estar preparados y que los profesionales puedan afrontar el reto de mantenernos a todos sanos y salvos.
Montserrat Pulido Fuentes, Profesora contratada doctora, Universidad de Castilla-La Mancha y Isaac Aranda-Reneo, Profesor Contratado Doctor, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.