Virginia Sánchez Rodríguez, Universidad de Castilla-La Mancha
Clara Haskil (1895-1960), Wanda Landowska (1879-1959), María Barrientos (1884-1946), Jacqueline du Pré (1945-1987) y Alicia de Larrocha (1923-2009) son solo una representación de destacadas intérpretes musicales de la historia occidental. Sus actuaciones fueron aclamadas en todo el mundo y, sin embargo, sus nombres no siempre resultan conocidos para el público, menos aún para aquellos jóvenes acostumbrados al consumo de músicas urbanas.
La mayor parte de las mujeres que desarrollaron una carrera profesional en el mundo de la música durante el convulso siglo XX tuvieron vidas extraordinariamente complejas y apasionantes. Además de hacer frente a los estereotipos a los que habitualmente se han enfrentado las mujeres artistas, vivieron en medio de los conflictos bélicos acaecidos en su tiempo y lograron pasar a la historia gracias a su actitud ante la vida y a los registros sonoros que han catapultado sus interpretaciones a la eternidad.
Clara Haskil es uno de esos casos admirables.
¿Quién fue Clara Haskil?
Haskil nació en Bucarest en 1895, en el seno de una familia judía sefardí. Recibió sus primeras lecciones de piano de mano de su madre, Berthe Haskil, algo habitual, ya que las mujeres a lo largo de los siglos han estado próximas a los instrumentos de tecla y, además, han sido las principales transmisoras musicales. De hecho, cuando el padre de la familia Haskil falleció en 1899, las clases de piano e idiomas impartidas por su madre significaron un importante sustento económico.
Desde una temprana edad, Haskil demostró excelentes aptitudes, siendo capaz de reproducir obras musicales escuchadas tan solo una vez. Esta habilidad recuerda al propio Wolgang Amadeus Mozart, quien, según cuenta la leyenda, transcribió el Miserere Mei de Gregorio Allegri tras haberlo escuchado en la celebración litúrgica de la Pascua a la que asistió en la basílica de San Pedro, en Roma, en el año 1770. Tenía 14 años.
Su familia, consciente del talento musical de la pequeña Clara, decidió que se trasladara a Viena con uno de sus tíos cuando tenía siete años y posteriormente a París, donde no solo recibió lecciones de piano sino también de violín. En el Conservatorio de París –el mejor del mundo a comienzos de 1900– fue alumna de Alfred Cortot en 1907. Al parecer, el maestro de piano no estaba muy contento con su pupila y posteriormente también estudió bajo la tutela de Lazare Lévy.
La capital francesa significó el comienzo de sus éxitos. En 1910 alcanzó el primer premio de piano en un concurso organizado por el propio conservatorio, otorgado por un jurado formado por Gabriel Fauré, Moritz Moszkowski, Raoul Pugno y Ricardo Viñes.
Enseguida comenzó a ofrecer conciertos en Francia, Austria, Italia y Suiza. Cuando tenía quince años, en Zúrich, conoció al pianista y director italiano Ferruccio Busoni, quien, al escucharla en una de sus actuaciones, la invitó a continuar sus estudios bajo su tutela en Berlín. Haskil no accedió a ello, una decisión de la que, al parecer, se arrepintió toda su vida.
Superando adversidades
En el año 1914 se produjo el estallido de la Primera Guerra Mundial, fecha que coincidió con la pérdida de su madre, el arresto de su tío en un campo de refugiados y numerosos problemas de salud debido a la escoliosis deformante que le habían diagnosticado. Finalizado el conflicto bélico, y tras una temporada larga inmovilizada con un corsé de escayola después de una intervención quirúrgica, su actividad como concertista se incrementó.
Aunque seguía viviendo en Francia, Suiza se convirtió en un lugar importante para Haskil. Allí encontró un clima favorable para su salud, un ambiente amable y el inicio de la admiración del público europeo. En Viena, la prensa la erigió como “una nueva estrella” tras sus conciertos de 1923.
Estados Unidos también cayó a sus pies. Así lo demuestra el éxito alcanzado tras su primera gira en 1924, triunfando en Nueva York y logrando excelentes críticas en los principales diarios: “Clara Haskil, recién llegada de París, hizo una notable demostración de dedos voladores en su primer recital de Nueva York en el Aeolian Hall” (New York Herald).
Durante su vida interpretó el gran repertorio para piano: Sonatas de Mozart, Joseph Haydn y Ludwig van Beethoven, Iberia de Isaac Albéniz, la Sonata en Si menor de Franz Liszt, Conciertos para piano y orquesta de Mozart y de Beethoven, y el Concierto para piano y orquesta nº 2 de Frédéric Chopin, entre otras partituras.
La crítica siempre se mostró entusiasmada ante sus actuaciones, aunque sus cartas desprenden una fuerte autoexigencia y un constante inconformismo en busca de la perfección que nunca acababa de satisfacer su voluntad performativa. Probablemente todo ello fue responsable del miedo escénico que padeció durante su vida y con el que logró convivir.
Fue, en palabras de Jeremy Siepmann, “músico para músicos” y “pianista para pianistas”. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que coincidió con nuevos problemas de salud, nuevamente interrumpió su carrera, además de infundirle el miedo a ser capturada por su condición de judía.
Desde el punto de vista económico, fue también una época difícil debido a la ausencia de conciertos y a que, durante esos años, no era posible que los extranjeros tocasen en la radio. Sin embargo, gracias a sus amigos y admiradores, logró obtener la documentación necesaria para ser acogida en Suiza en 1942.
Se instaló en Vevey, ciudad en la que desde 1963, cada dos años, se celebraba el Concurso Internacional de Piano Clara Haskil, y donde, en su momento, era visitada por amigos como Charles Chaplin.
Los amigos y compañeros de Clara Haskil
Las amistades fueron fundamentales en la vida de la pianista, tanto a nivel vital como profesional. Algunos de sus amigos la ayudaron económica y socialmente, como Winnaretta Singer, la princesa de Polignac, que fue mecenas de grandes músicos.
Singer puso a disposición de Haskil uno de los pianos de su mansión parisina e incluso la introdujo en un círculo cultural elitista al invitarla habitualmente a su salón. Allí conoció a músicos como Igor Stravinski e incluso tocó a dos pianos junto a Vladimir Horowitz. Sin embargo, su carácter tímido no ayudó mucho a que pudiera exprimir al máximo las relaciones sociales para beneficio profesional.
Disfrutó de colaboraciones con músicos de primera fila, como, entre otros muchos, Pau Casals, Eugène Ysaÿe y Herbert von Karajan, con quien compartió una exitosa gira por Viena y Salzburgo bajo su batuta. En lo personal, disfrutó de una profunda amistad con el pianista rumano Dinu Lipatti.
Sin embargo, Charles Chaplin fue quizá el más famoso de sus amigos. Era habitual que la familia Chaplin visitara a la pianista en su casa de Vevey, a quienes agasajaba musicalmente. Ella también acudía a Manoir de Ban, propiedad del actor desde 1952, donde celebraron en varias ocasiones la Navidad. Chaplin fue quien profesó de una manera más pública su admiración hacia ella, como se desprende de estas palabras en una entrevista radiofónica del año 1962: “Durante mi vida he conocido tres genios. Uno fue Clara Haskil. Los otros fueron el profesor Einstein y Sir Winston Churchill”.
Modelo de referencia
Durante su carrera, Haskil afrontó escasos compromisos profesionales. En parte, eso tuvo que ver con sus dificultades para las relaciones sociales y especialmente con la ausencia de un agente que se ocupara de estas cuestiones. Un ejemplo de esa poca actividad concertística se puede observar en el año 1936, en que solamente ofreció seis conciertos públicos, dos de ellos gratis. Afortunadamente, podemos disfrutar de su legado gracias a sus grabaciones.
En 1947 grabó su primer disco comercial para Decca interpretando el Concierto para piano y orquesta nº 4 de Beethoven junto a la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la batuta de Carlo Zecchi.
Sus interpretaciones se caracterizan por la precisión y la agilidad. Se puede observar un toque ligero y una gran naturalidad, sin abuso del pedal. Su compositor favorito fue Mozart, de quien, a su vez, se ha convertido en un referente performativo. De hecho, Eduardo Arteaga señala que la interpretación de Haskil se aproxima estilísticamente a la pureza de la visión de Mozart. Precisamente, el periódico norteamericano The Sun (1924) alabó su magnífica capacidad para lograr matices sutiles.
No solo se convirtió en una destacada intérprete solista, sino también de música de cámara. Así se puede constatar en las grabaciones de las Sonatas para violín y piano de Mozart y de Beethoven junto al violinista belga Arthur Grumiaux, reflejo de su buen entendimiento y de las giras de conciertos que realizaron en vida. Los discos demuestran sintonía y cercanía al texto del compositor. La relación personal y profesional con Grumiaux llega hasta el final de su vida. En 1960, de camino a Bruselas para encontrarse con el músico, Haskil falleció por complicaciones derivadas de una caída sufrida a su llegada en la estación.
Las grabaciones de Clara Haskil de la obra de Robert Schumann también se han convertido en referentes. Tanto en las microformas del compositor alemán –como Escenas de niños Op. 15 y Escenas del bosque Op. 82– como en el Concierto para piano en La menor se puede comprobar el dominio técnico de Haskil y su apreciación de cierto sentido de libertad.
Si bien recibió la medalla de Caballero de la Legión de Honor, la más alta condecoración honoraria francesa, en 1952 y fue aclamada por el público y la crítica en vida, el mayor reconocimiento a su trayectoria es que su legado haya pasado a la posteridad gracias a la magia de las grabaciones y que su visión musical perdure para siempre.
Virginia Sánchez Rodríguez, Profesora Contratada Doctora de la UCLM. Miembro del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM)-Unidad Asocida al CSIC. Especialista en música del cine español y mujeres músicas de los siglos XIX y XX., Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.