Nieves Fuentes Sánchez, Universidad de Castilla-La Mancha
Está por todas partes: según un reciente informe publicado por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica, cada persona dedica nada menos que 20,1 horas semanales de media a escuchar música, ya provenga de las plataformas de streaming, YouTube, la radio, los anuncios de la tele, la banda sonora de los videojuegos, los altavoces del supermercado…
Este estímulo sensorial no solo desempeña hoy un rol importante en la vida diaria de la mayoría de la gente, sino que también ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. Y posiblemente se deba a los beneficios físicos y psicológicos que reporta.
Una de las virtudes detectadas en los últimos años es su poder analgésico. Los estudios existentes al respecto concluyen que escuchar música parece aumentar la movilidad funcional y disminuir el dolor agudo y crónico en pacientes. Esto sugiere que puede ser eficaz en el entorno médico, como complemento a los tratamientos farmacológicos.
No obstante, cabe mencionar que algunas investigaciones muestran que la magnitud de ese efecto es pequeña y que la duración de la analgesia no perdura mucho más allá de la exposición al estímulo musical.
Pero ¿cómo se explica esta curiosa cualidad? Varios trabajos han sugerido que podría ser secundaria a los efectos cognitivos y emocionales que surgen al escuchar música. Entre ellos, podemos destacar la distracción del dolor y la evocación de recuerdos, así como un aumento del placer y la relajación.
Una nana para que duela menos
Al igual que ocurre en el caso de los adultos, la música también tiene un efecto analgésico en los bebés y en las niñas y los niños más pequeños.
En concreto, un trabajo publicado recientemente en la revista Nature por un grupo de investigadores de Nueva York ha revelado que reproducir una nana de Mozart reduce el dolor en recién nacidos. Los autores se la pusieron a bebés sometidos a la prueba del talón, una prueba de extracción de sangre.
Antes, durante y tras la punción, un grupo de bebés escuchó la dulce composición mozartiana. Pues bien, el nivel de dolor –medido a través de las expresiones faciales, el grado de llanto, los patrones de respiración, los movimientos de las extremidades y los niveles de alerta– disminuyó significativamente durante e inmediatamente después del pinchazo en dicho grupo con respecto al resto, que no escuchó nada.
Estos resultados sugieren, por tanto, que la música –y, concretamente, la de Mozart– puede ser un método eficaz para aliviar el dolor en recién nacidos sometidos a procedimientos menores. Pero ¿significa esto que las piezas del compositor austriaco tienen un poder especial, como se ha especulado en los últimos años?
El controvertido “efecto Mozart”
Hace tres décadas, con la publicación de un hallazgo obtenido por un grupo de investigadores de Estados Unidos, comenzó a hacerse conocido el llamado “efecto Mozart”. La conclusión del estudio era que oír sus composiciones mejoraba los resultados en una prueba de razonamiento espacio-temporal.
El trabajo suscitó un gran interés no sólo en la comunidad científica, sino también en los medios de comunicación, que comenzaron a hacerse eco de la idea de que escuchar la obra del genio de Salzburgo nos hace más inteligentes. Incluso se sigue recomendando a las mujeres embarazadas que se pongan a Mozart para estimular cognitivamente a sus bebés.
Muchos fueron los investigadores que intentaron replicar el descubrimiento, sin éxito. Algunos estudios sí revelaron que las composiciones mozartianas mejoraban el razonamiento en una prueba espacial, pero esta repercusión era relativamente pequeña.
Además, se observó que las mejoras no ocurrían únicamente con Mozart, sino también con cualquier otro tipo de piezas. Esto puede explicarse por el efecto activador de la música en la corteza cerebral, que favorece el rendimiento en tareas espaciales.
Por tanto, decir que Mozart nos hace más inteligentes es una afirmación sin respaldo científico.
Lo que la ciencia sí ha demostrado es el efecto de la música sobre ciertos aspectos psicológicos (emocionales, atencionales, cognitivos…), lo que prueba su gran potencial en el ámbito clínico. Sin embargo, hacen falta ensayos más amplios y bien diseñados que repliquen los resultados obtenidos previamente y permitan seguir aumentando el conocimiento dentro de este ámbito de estudio.
Nieves Fuentes Sánchez, Personal Docente e Investigador. Área de Psicología Básica, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.