Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha
Como tantos seguidores del triángulo entre política y actualidad internacional llevo desde el amanecer conectado a las novedades de la jornada electoral estadounidense. Y tengo que confesar que no sabemos cómo va a acabar el proceso o quién será proclamado ganador real de las elecciones presidenciales. Sí, son las elecciones más raras de la historia y no parece que en el mejor sentido de la palabra. Sin embargo, sí podemos anticipar que el ganador de las elecciones es Donald J. Trump, 45º presidente de los Estados Unidos.
Han triunfado su estilo y su acción política, por lo que el próximo 20 de enero, sea él mismo o sea el candidato Biden, el presidente tendrá que responder ante una sociedad norteamericana más dividida que nunca y un entorno internacional inestable. Por eso, ha triunfado el trumpismo, consolidado ya como corriente intelectual en auge. Sus rasgos, antes débiles, son ahora determinantes en el comportamiento político.
El trumpismo representa el complot emocional con el votante. Los hillbilliers han decidido que el presidente Trump se les parece no tanto por lo que son, sino por lo que creen que fueron sus abuelos. El relato mítico de la América emprendedora, capaz de realizar sus sueños y triunfar, encaja con el hombre de Nueva York. Trump gana en la política de las emociones y el sueño de recuperar unos Estados Unidos líderes en economía mundial y cultura política. Nunca existió ese Parnaso, pero poco importa. Sigan la geografía política y electoral del Misisipí para entender a qué me refiero y sumen ahora los 29 electores de Florida. Ahí ha estado el vuelco electoral.
Polarización bélica
El lenguaje bélico es de uso común. Las declaraciones de Donald J. Trump y el manejo de la cuenta de Twitter indican que existe un “nosotros” y un “ellos”, una forma de dividir la sociedad. La polarización se alimenta del enfrentamiento, el enemigo y la despersonalización del otro. En la era de las políticas de la identidad, el lenguaje bélico reduce la condición ciudadana del otro. Es una pésima noticia para el presidente electo, que debería gobernar para todos y no solo para los votantes transfigurados en fans.
El liderazgo agresivo explica por qué un candidato pide parar el recuento, aminora el valor del voto por correo y desprecia los procedimientos. Es inédito que el candidato prepare una fiesta en la propia Casa Blanca o que manifieste en mitad del recuento que ya es el ganador. Rompe la tradición, el uso y la costumbre.
No menosprecio este asunto, porque creo que la doctrina democrática incluye los procedimientos (normas formales e informales), los contenidos (decisiones y prioridades políticas) y los resultados (indicadores, evaluación y políticas públicas). Así, vamos por un camino de judicialización de las decisiones y la política que contribuye al escenario conflictivo.
Las tres P de las sociedades divididas
El trumpismo recoge los frutos y las sociedades abiertas no aciertan en la respuesta. La provocación, como los tuits que publica a cualquier hora con insultos y mofas a cualquier colectivo social. Sea sobre las minorías raciales, las mujeres o los inmigrantes, la provocación fragmenta la cultura cívica del país.
La polarización es la piedra angular del populismo y el trumpismo. Ellos contra nosotros. La polarización explica que el votante de Trump no haya fallado y deposita su voto electoral, mientras que el “ellos” demócrata no termina de identificarse como un bloque. El manejo pop de iconos, emoticonos y emojis contribuye a la simplificación.
La protesta viene de la crítica directa y sin ambages a los requerimientos formales, y las demandas sociales no tienen cabida en la conversación pública o el congreso. Hay que salir a la calle a pelear por los derechos y defender el resultado electoral. Los llamamientos de Trump a los proud boys y los movimientos libertarios es un peligro para la convivencia.
En este escenario, Trump ya ha ganado porque ha conseguido que las elecciones se planteen en términos binarios. Como un referendo, hay que elegir seguir con el presidente o dar paso al nuevo candidato.
Ahí el trumpismo representa una opción ganadora y atractiva, porque es antisistema. Contra el establishment. Contra las elites de Nueva York o San Francisco. Contra la globalización. Contra los recién llegados. Contra la reinterpretación de la historia y el legado de los padres fundadores.
Contra todo, Trump genera un marco ganador frente al triste liderazgo sin carisma de Joe Biden. Éste es el candidato ideal para nosotros, los que amamos a Woody Allen y vemos Friends en bucle. Pero no tenemos derecho a voto en este proceso. Sea como fuere, el trumpismo ha terminado por asentarse con una sobredosis de hiperliderazgo que podría repetir mandato. Seguimos atentos, porque la aventura no ha terminado.
Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.