Pablo Gómez Iniesta, Universidad de Castilla-La Mancha
Italia vuelve a ser una ruleta rusa en el terreno político. Una suerte de volcán que, pasado el año de legislatura, comienza a despertar con fiereza. El miércoles 20 de julio de 2022 quedará para la historia de un sistema político que vuelve a las andadas y acomete otro ejercicio de irresponsabilidad en un momento clave de su historia. Un sistema en el que sus representantes públicos parecen empeñados en dinamitar todo esfuerzo por evitar el tormento que supone la entrada y salida de un nuevo ejecutivo.
El Gobierno liderado por Mario Draghi ha caído después de no lograr la confianza del Parlamento en una intensa jornada política romana. El bloque de derecha en la coalición, Lega y Forza Italia, así como el socio mayoritario, el Movimiento 5 Estrellas (M5E), han decidido romper definitivamente con Draghi y retirar su apoyo ante la propuesta de reconstrucción que el primer ministro había presentado ante la cámara.
Reparto de fondos y crisis energética: dos grandes retos, en vilo
“Coraje, altruismo y credibilidad”. Estos eran los ingredientes principales de la receta con la que Mario Draghi pretendía reforzar sus apoyos e iniciar la segunda parte de su mandato con garantías. Una legislatura cuyo fin estaba programado para la primavera de 2023 y que se construía sobre dos grandes objetivos:
Concretar la distribución de los fondos Next Generation y su aplicación en medidas eficientes para la economía italiana, tercera potencia europea.
Afrontar la grave crisis energética por la que pasa el viejo continente, antes del inicio de un duro invierno. En esta línea, hace apenas unos días, el premier italiano ya había dado pasos importantes. Se aseguraba el suministro de gas tras conseguir un acuerdo con Argelia, un movimiento que garantiza el aprovisionamiento del país transalpino ante la amenaza de corte del suministro ruso.
La crisis del Movimiento 5 Estrellas, principal detonante
Después de que Draghi anunciara su dimisión la semana pasada, Italia parecía encaminada hacia otra crisis política, y así ha resultado. De poco han valido los esfuerzos de Sergio Mattarella, presidente de la República, que rechazó la salida de Draghi con la intención de formar una alternativa de gobierno que no contase con un Movimiento 5 Estrellas inmerso en un proceso de autodestrucción.
La formación anticasta, fundada por el cómico Beppe Grillo, llevaba meses de disputas internas provocadas por las diferentes opiniones sobre el envío de armas a Ucrania. Como consecuencia, hace unas semanas se produjo una división irreconciliable entre sus dos cabezas visibles: Luigi di Maio y Giuseppe Conte. La dimisión del primero como ministro de Exteriores terminó, la semana pasada, con la retirada del apoyo concedido a Draghi en una votación fundamental sobre reformas económicas.
Los apoyos en clave europea han resultado insuficientes
Durante los últimos días, los países del entorno europeo habían pedido la permanencia de Draghi al frente del Palazzo Chigi (sede del Gobierno). Desde que se conociera la decisión de Draghi, su continuidad se había convertido en una prioridad para una Europa en la que se ha erigido como una de las voces preeminentes. Comenzando por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, también se manifestaron a favor los mandatarios de Alemania y Francia, Olaf Scholz y Emmanuelle Macron.
El presidente de Ucrania, Volodmir Zelenski, tampoco quiso olvidarse de su homólogo, sabedor del importante apoyo humanitario y armamentístico suministrado por Italia desde el inicio de la guerra. Por su parte, el presidente español, Pedro Sánchez, también expresó su voluntad de seguir contando con una figura clave en el devenir de la unión. “Europa necesita líderes como Mario”, expresaba Sánchez.
Ni el propio Draghi ha podido terminar con la inestabilidad
La inestabilidad ha sido la nota dominante en la política italiana durante los últimos 75 años de democracia. Así lo muestra un dato revelador: un total de 66 gobiernos formales han estado al frente del Ejecutivo durante este periodo, con una duración media de 13 meses.
Tras la caída del Gobierno Conte en agosto de 2019, Draghi parecía ser la figura idónea para poner fin a la continua agitación que vive el contexto político italiano. Un economista de renombre, Super Mario, la persona que había librado de la hecatombe a la zona euro en otro verano convulso, el de 2012, cuando la crisis de crédito asolaba a familias, empresas, bancos e instituciones de toda Europa.
Sin embargo, y aunque ha sabido sobreponerse a los terribles estragos de la pandemia, las vicisitudes de la política italiana han terminado por fagocitar su liderazgo.
Giorgia Meloni, dispuesta a lograr la mayoría
El nuevo escenario de elecciones beneficia claramente a Giorgia Meloni, líder del partido ultraderechista Fratelli d´Italia. Desde hace semanas, ante el clima de tensión en el seno del Gobierno, Meloni viene reclamando la celebración urgente de elecciones. Su partido, única formación ausente en el pacto de gobierno, roza el 25 % del apoyo en las encuestas.
Meloni sabe que, ante un adelanto electoral, tendría muchas posibilidades de convertirse en la primera mujer al frente del Gobierno italiano. Pero, para ello, tendría que ponerse de acuerdo con los otros socios del bloque de derecha: la Lega, de Matteo Salvini, y Forza Italia, de Silvio Berlusconi. Unas formaciones que, días atrás, navegaban entre la ambigüedad de mantener su apoyo a Draghi o batirse en las urnas. Aquí saben que la creciente popularidad de Meloni les empujaría a continuar formando parte de la coalición, pero con una importante pérdida de protagonismo.
Se antojan, por tanto, días y semanas interesantes en la política italiana hasta la celebración de las nuevas elecciones que, probablemente, tendrán lugar la última semana de septiembre o la primera de octubre. En ese momento, la incertidumbre se centrará más en saber la duración del próximo ejecutivo que en conocer quiénes integran la coalición de gobierno y en qué condiciones para afrontar con garantías profundas reformas.
Pablo Gómez Iniesta, Investigador predoctoral, Facultad de Comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.