José María Herranz de la Casa, Universidad de Castilla-La Mancha
Las croquetas, un clásico de estos días de vacaciones, pueden ser un ejemplo perfecto de lo que puede ser la economía circular. Las hay de muchas formas, tamaños y sabores. Pero es en el origen y el sabor en donde está la clave.
Si las croquetas son ultracongeladas y preparadas con aditivos y conservantes, difícilmente podremos decir que son economía circular. Sin embargo, si son caseras y recuperan las sobras del cocido, son economía circular. La cocina de aprovechamiento de toda la vida, lo que hacían las abuelas y las madres con lo que sobraba de pescado o carne, es una muestra perfecta de economía circular.
La economía circular multiplica el valor y la vida de los productos, reduce la generación de residuos y es eficiente en el uso de los recursos. El objetivo: ser sostenibles.
Reducir, reparar, recuperar, reutilizar o reciclar son algunas de las erres de la economía circular. Los recursos del planeta son limitados. Y si no ponemos en práctica estas erres, será difícil mantener el ritmo de consumo. En mucho de lo que hacemos ya practicamos la economía circular. La clave está en mejorar la comunicación para aumentar el compromiso. Y eso ¿cómo lo hacemos?
Nuestro impacto sobre el planeta
Necesitamos conocer el contexto: consumimos más de los recursos naturales que se pueden generar en un año. La ONG Global Footprint Network calcula cada año el día de la sobrecapacidad de la Tierra. Es el día en que nuestra huella ecológica supera la biocapacidad del planeta. El día que entramos en deuda con él. A partir de una base de 3 millones de datos estadísticos de 200 países, este año fue el 28 de julio.
Se necesitarían 1,7 planetas para satisfacer la actual demanda humana de recursos naturales. Sin embargo, no todos los países alcanzan esa sobrecapacidad en la misma fecha. Qatar es el primero en llegar, el 10 de febrero. Jamaica es el último, el más sostenible, el 20 de diciembre.
España alcanzó la sobrecapacidad el 12 de mayo, trece días antes que en 2021. Ese día, gastó su primer planeta. Si el español fuese el estilo de vida de toda la humanidad, se necesitarían 2,5 planetas para mantenerlo.
Soluciones ancestrales y diarias
Ser circulares es una responsabilidad no solo global sino también local e individual.
La circularidad ya existía antes del concepto. Tiene que ver con lo comunitario, con ir más despacio, con el menos es más. Y, sobre todo, tiene que ver con tratar de vivir en armonía con el entorno y ser sostenibles.
Nuestros abuelos eran los seres más circulares que hayamos conocido. Con el pan duro se hacían migas o sopas de ajo. La basura orgánica, que ahora va al contenedor marrón, iba a los del piso de abajo, como decía mi suegra: a alimentar a los cerdos. El movimiento slow food lleva promoviendo estos valores desde su creación, en 1986.
¿Dónde está la clave?
La clave está en ser capaces de comunicar este nuevo sistema económico. Cambiar nuestros comportamientos a partir de lo que ya se hace de manera circular cotidianamente. ¿Hasta qué punto somos circulares ahora? Compartir coche, reutilizar productos (sea el chándal de nuestro padre o la bicicleta vintage del abuelo), vender la ropa que no usamos. Es decir, reutilizar.
Hay que mejorar la comunicación de lo que ya se está haciendo. Compartir lo que ahora denominamos sostenibilidad, economía circular, Agenda 2030 u Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) pero que generaciones anteriores conocían y practicaban en su vida diaria.
Cada uno puede medir su propia huella ecológica, el planeta no espera y los gobiernos comienzan a legislar al respecto. En España se aprobó a principios de junio el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. Da que pensar que los españoles tiraran en 2020 una media de 31 kilos de alimentos a la basura por persona. Y la ley de residuos y suelo contaminados aprobada en marzo ha limitado el uso de plásticos de un solo uso (adiós a las pajitas de plástico y los bastoncillos).
No todo está perdido
Según WWF, si retrasásemos el día de la sobrecapacidad de la Tierra 4,5 días cada año, en 2050 volveríamos a vivir dentro de los límites del planeta.
Algunas de las acciones y soluciones que pueden retrasar la llegada de ese día son:
Reforestar 350 millones de hectáreas de bosque. Así, se podría posponer en 8 días la fecha del día de la sobrecapacidad del planeta.
Reducir el consumo mundial de carne a la mitad. Esto retrasaría la fecha del rebasamiento en 17 días.
Reducir a la mitad la huella de carbono de la humanidad supondría reducir a la mitad el rebasamiento en 93 días, es decir, unos tres meses.
Reducir el desperdicio global de alimentos en un 50 % frenaría el rebasamiento en 13 días.
Un ejemplo a seguir
Se necesitan líderes que comuniquen estos mensajes. La regatista británica ya retirada Ellen MacArthur va a recibir el premio Princesa de Asturias 2022 de Cooperación Internacional. En su fallo, el jurado del premio ha destacado que MacArthur trabaja para “cambiar el actual paradigma de producción y consumo, mediante un aprovechamiento de los recursos basados en la reducción, la reutilización y el reciclaje de materiales sostenibles”.
A través de su fundación, que dirige desde 2010, MacArthur trabaja para concienciar sobre la necesidad de acogernos a un modelo de economía circular que contribuya a reducir nuestros impactos medioambientales.
Volviendo a la comida, somos lo que comemos y lo que cocinamos. Echemos un vistazo a nuestra dieta para intentar ser más sostenibles. Cocinemos más productos de temporada y de proximidad, con menor huella de carbono. Y sigamos compartiendo y comunicando cómo transitar hacia una economía más circular para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible.
José María Herranz de la Casa, Profesor titular de Periodismo, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.